Caudillismo y régimen presidencialista factores que favorecen el acceso de los populismos al poder en América latina.



La historia de Latinoamérica cuenta con la figura del caudillo desde el período de independencia y la ha acompañado hasta la fecha. Desde México hasta Argentina cada caudillo ha tenido su propio estilo desde dictadores hasta algunos demócratas.

Un caudillo es un líder carismático que dirige un régimen personalista. Los ciudadanos de América latina tradicionalmente aclaman su presencia con frecuencia, como si se tratase de un redentor que con mano dura llegará a poner orden y a salvarlos de sus desgracias. Esta tendencia que se viene repitiendo desde el siglo XIX, se le suma un contexto de régimen presidencialista (se instauró tempranamente en los descolonizados países del hemisferio), y que con instituciones democráticas frágiles ha sido el caldo de cultivo perfecto para que en diferentes épocas surjan fuertes olas de populismos y lleguen al poder convirtiéndose en graves depredadores de la democracia.

Para autores como Juan J. Linz (2013) el sistema parlamentario es más idóneo para sostener regímenes democráticos que el sistema presidencialista, ya que concentra el poder en un solo individuo y promueve prácticas de gobierno verticales que pudieran llegar a ser autoritarias. El ejecutivo bajo ciertas condiciones pudiera estar en la capacidad de someter al poderes legislativo y judicial, corrompiendo todo el sistema de control y equilibrio que genera la correcta separación de poderes, características de las cuales pueden asirse los populistas una vez llegados al poder, con lo cual causar daños en casos irreparables a la democracia. 

Si bien existen condiciones que facilitan el camino de los populismos en Latinoamérica, esto no hace que el fenómeno y la ideología populista, sea una especie endémica de América, ni que se quede circunscrita a este ámbito geográfico, por el contrario, como se ha reafirmado recientemente, Europa está siendo objeto de los populismos y lo ha sido también en otros momentos de la historia, ciertamente con menor relevancia que en el continente americano. A pesar de que la gran mayoría de Estados tiene regímenes parlamentarios, que favorecen en menor medida el fortalecimiento de un liderazgo carismático y demagogo, esto no ha detenido la proliferación de populismos en un número considerable de elecciones recientemente, que por fortuna no se han hecho con el poder.

El populismo no es una ideología que surja únicamente por las características particulares culturales, históricas o sociales de determinado punto geográfico. El populismo nace como un problema intrínseco de la democracia. Es el intento del líder demagogo de accionar la dinámica vertical de élites vs. pueblo, este último encarnando en sí mismo, un supuesto mandato del pueblo virtuoso en contra de la cúpula. El surgimiento de populismos en américa y en otras latitudes llega cuando la sociedad deja de tener confianza en las instituciones. El líder populista se auto nombra representante puro y directo del sentir popular y se ofrece para rescatar una democracia “más real”. El populismo se presenta como una idea de democracia directa que realmente encarna y reivindica el verdadero sentido democrático original: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, la máxima expresión del término vox populi, vox Dei.

El grave peligro de los populismos radica en la utilización de los mecanismos democráticos para ir en contra de la misma democracia. Gracias a los populismos tenemos países latinoamericanos, que habían entrado en lo que Samuel Huntington (1994) denominó la tercera ola de democratización, con un sistemático resquebrajamiento de lo que en algunos casos se podía vislumbrar como una democracia un tanto inestable. Muchos de estos países presentan regímenes híbridos como el autoritarismo competitivo, que tienen una danza macabra entre los dispositivos propios de la democracia como son las elecciones populares, referéndums y plebiscitos; de los cuales, durante un período de tiempo, se hace uso y abuso, y elementos notoriamente autoritarios. Las elecciones continuas son usadas por los populistas como forma de acercarse falsamente a una democracia directa que se salte la representación y las instituciones.

El debilitamiento y destrucción de las instituciones que le dan sustento a la democracia es primordial para los populismos. Estos se aprovechan de algún tipo de coyuntura institucional para irrumpir el panorama político y durante su ejercicio del poder se dedican a terminar de minar la institucionalidad. Las reglas formales de las verdaderas democracias son violadas de forma tan frecuente por los populistas que en poco tiempo se comienza a evidenciar un camino si freno hacia un autoritarismo clásico que deja de lado las reivindicaciones para el pueblo que hacía en un principio. La voz del pueblo se transforma en la voz única del Autócrata que tiene ojos y oídos sordos para las necesidades de la gente a pesar de que sigue usando de manera persistente el discurso vacío de reivindicación y ensalzamiento popular en contra de las élites corruptas.

Por fortuna la política parece estar articulada en ciclos y los periodos populistas de varios de los países de América latina aparentemente están llegando a su fin, dando paso a una nueva ola democratizadora que deberá superar los estragos dejados por estos regímenes pseudoautoritarios, fortalecer las instituciones para evitar el gusto tradicional por la mano fuerte del caudillo y con eso contribuir a impedir con que un nuevo ciclo populista acceda al poder e invada la región, si bien no se puede evitar que estos aparezcan como parte del juego democrático, empoderar las democracias para que no sean objeto de su propia destrucción.

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